Imagen: Emiliano Delgado
Escrito por: Alguien
La Noche.
Nombre femenino.
1. Período que transcurre desde que se pone el Sol hasta que vuelve a salir, opuesto al día.
2. La noche es el tiempo en que falta la claridad del día
3. lit. Confusión, oscuridad, tristeza.
El Día.
Nombre masculino.
1. Tiempo que emplea la Tierra en dar una vuelta sobre sí misma, equivalente a 24 horas, y que se utiliza como unidad de tiempo; se cuenta normalmente desde las doce de la noche hasta veinticuatro horas después.
2. Se denomina día al lapso que tarda la Tierra desde que el Sol está en el punto más alto sobre el horizonte hasta que vuelve a estarlo.
Se desprende fácilmente de las definiciones antes mencionadas, que La noche es aparentemente mujer y El día aparentemente hombre. Si consideramos el antiguo pensamiento cristiano bajo el cual esta construida nuestra vida occidental, la noche se encuentra asociada nada menos que, con el fin del ser humano en la tierra y con la moral del hombre influenciada por satanás. Sin embargo, como era de esperar, lo opuesto ocurre con el día, este, se encuentra asociado a lo divino y a la salvación. Si analizamos las apreciaciones anteriores, podríamos encontrar que ha escondidas se devela una asociación de género que recae sobre cada palabra: para ella la noche, lo femenino, lo negativo; para él el día, lo masculino, lo positivo. Ahora bien, si quisiéramos aceptar como serias dichas asociaciones, vemos que presenta de trasfondo una visión de género arcaica, donde se recarga lo diabólico a la mujer y se le atribuye la virtud al hombre. Cualquiera diría que una simple serie de razonamientos y conjeturas, fácilmente echaría por tierra la injusta asociación anteriormente dicha. Pero, uno quisiera aprovecharse por simple conveniencia de esta vil asociación, y terminar por persuadirse de que probablemente, el tipo se enamora de la noche de igual manera que de una mujer. Uno apelaría, de que el tipo se enamora de la noche como de aquella mujer, que usando su magia y sus encantos femeninos, lo endulza y lo atrapa, mientras de a poco, lo arrastra al mismísimo infierno seducido por amargas mieles. Está claro, que disfrazar a la noche de mujer resulta poético, dramático, exagerado y la vez injusto, pero conviene, porque victimiza y envuelve de nobleza al tipo que se encuentra enamorado de la noche; cuestión que resulta imperiosa, cuando uno mismo se haya víctima del mismo amor.
Si nos alejamos por un momento de la defensa del hombre que se encuentra enamorado de la noche, y nos propusiéramos indagar de dónde proviene esta carga negativa asociada a la noche; considero, que debemos remontarnos al ancestral hombre primitivo que habitaba en las cavernas. Evolutivamente hablando, la noche se ha marcado en nuestra biología como un lapso de tiempo para el descanso y el resguardo. Esto naturalmente, es producto de la disminución de nuestros sentidos en la oscuridad del ambiente nocturno. Como la visión es nuestro sentido de mayor relevancia para el normal desarrollo de la actividad humana y este se ve tremendamente disminuido en condiciones de poca luz; convenimos que el tipo se encuentra en situación de vulnerabilidad, frente a otros animales en la noche. Esta situación, coloca al hombre primitivo en condición de presa, ante aquellos animales que biológicamente adaptados a la noche corrían con ventajas sensoriales. El tipo, no tenía más que ante tal pronunciada desventaja, incurrir en la búsqueda de un resguardo y esperar al amanecer, el cual, traería consigo nuevamente su completa visión y condición de predador. De esta manera, nuestra biología ha marcado naturalmente al día, como nuestro hábitat natural de actividad y a la oscuridad, como un ambiente de desconfianza, miedo y confusión. De aquí probablemente, surja la asociación del pensamiento cristiano antes mencionado. Ahora bien, esto que naturalmente se ha marcado profundamente en nuestra biología, ha cambiado progresivamente con la rápida evolución del tipo en sociedad y la transformación dramática del ambiente. Sin lugar a dudas, con el advenimiento del descubrimiento y completo dominio de la tecnología de la luz; en la práctica hemos revertido nuestra condición de vulnerabilidad en el ambiente nocturno. Paradójicamente, nuestros impulsos más instintivos y arcaicos aún mantienen la misma percepción ancestral sobre la noche. Lo que resulta aún más interesante sobre nuestra naturaleza social, es la asociación moral que arrastramos a cada una de las etapas del ciclo día-noche. Podemos darnos cuenta, que sin cuestionarnos y con un absoluto automatismo, desarrollamos la actividad humana formal en el día y dejamos la informal, íntima, chabacana y cómplice para la noche. Sin pensarlo, durante el día desarrollamos todo aquello que la sociedad espera de nosotros para ser aceptados y considerados útiles. Durante el día, cumplimos con toda actividad formal necesaria para nuestra condición como engranaje dentro de la compleja maquina social. De esta manera, contemplamos a la sociedad, de la cual no podemos escapar y a la cual pertenecemos. Bloqueamos severamente nuestro acervo natural, para forzamos a encajar en el molde del tipo que esperan que seamos, para ser correctamente aceptados dentro de la sociedad, sin la cual nos sentimos incapacitados de sobrevivir.
En resumen, el tipo se encuentra en una lucha diaria por encajar en un mundo, diseñado por tipos, pero, que no le resulta natural. Alegóricamente, el tipo se comporta como aquellos pies, que son sistemáticamente limados en sus imperfecciones naturales (callos y sabañones), para cumplir con el menor de los dolores la estúpida necesidad de calzar el incómodo zapato de la formalidad. Cuando en realidad, en chancletas y con pies a la vista, nos encontraríamos mucho mejor, más cómodos y frescos, pero incapaces de esconder las imperfecciones naturales que subyacen a nuestra naturaleza. Imperfecciones funcionales de nuestra especie, que naturalmente deberíamos aprender a aceptar. El estúpido convencimiento en búsqueda de la perfección del tipo, mirando un reflejo divino que no nos pertenece; nos imposibilita aceptar dichas imperfecciones y nos obliga a construirnos y auto encarcelarnos, en una falsa cascara, una falsa realidad de la naturaleza humana. Esta dura pulsión por el continuo refreno de nuestra biología que pide a gritos salir, se suma al constante tapar agujeros, para evitar el escape de nuestro acervo animal. Esto, obviamente genera tensiones y nos condiciona a encontrar un lugar, donde con libertad podamos liberar un poco de esa tensión, sin ser cuestionados ni juzgados del mismo modo en que seríamos juzgados durante el día. De este modo, el tipo va a precisar de un entorno, un ambiente donde pueda soltar y aflojar la presión acumulada. Es así, que la noche con su carácter socialmente negativo y despreciado por muchos, no hace más que salvarnos y permitirnos la dura tarea del ser animales y humanos.
Amigo, que sería del tipo sin la noche, uno diría que se trata de uno de los mayores agentes de reducción de daños. Por eso me encuentro obligado moralmente a defender a esa mujer y cuidarla siempre. La noche termina siendo aquella mujer cómplice, donde se refugia el tipo que durante el día se esconde debajo de la cascara que a diario debe construir. La noche es el majestuoso momento donde el tipo se siente libre y paradójicamente, abandona el día para volverse cazador y dejar de ser presa de una sociedad que lo somete a la presión del deber ser. Todo esto, deja en evidencia por demás, las vulnerabilidades y flaquezas del tipo hacia la noche y justifica la facilidad con la cual se enamora de tan gloriosa mujer.

